Paseando por Campo del Sur, entre la sobredosis de tranquilidad y humedad que me ofrece siempre este paseo, pienso que me encanta estar de nuevo en Cádiz. El viaje, como siempre, ha sido largo: recorrer la península de punta a punta requiere su tiempo y dedicación. Pero al final, andando por las calles estrechas y frías de la parte antigua de la ciudad, siempre me acabo dando cuenta de que ha merecido, otra vez, muchísimo la pena.
No sé qué tiene este pequeño lugar, pero engancha. Engancha la ropa -acabada de tender- bailando en las terrazas, las baldosas de cerámica en los patios, los pájaros reposando en los tejados. Enganchan las fuentes, los jardines, los bancos y la gravilla del Parque Genovés.
Las cúpulas uniformes, la grandeza que transmite la luz solar cuando se apodera de todo lo substancial. Los balcones repletos de geranios y amapolas, la intensidad de vida que despiertan las mercancías en el puerto, el Mercado Público. El mar. Las olas deslizándose en la playa, resbaladizas, la volatilidad salada en la orilla. Pasarse las horas observando en silencio la suave retroalimentación del mar. Eso también engancha.
Aquí, en este pequeño fin del mundo, todo es especial. El blanco perfecto de los edificios llena de luz la ciudad, las calles se reafirman suntuosas y reposan calmadamente. Repletas de juegos de sombras y partículas diminutas de polvo que flotan en la inmensidad. El blanco perla de las paredes fluye como el que deja la sal en la arena a cada último trago de mar, segundos antes de dejar paso al vacío azul marino del atardecer. Un azul magnético, que se convierte en agujero negro a última hora de la tarde.
Luego, junto a estos colores que tanto me han servido de fuente de inspiración, también está el ocre. La calidez sórdida que encuentro en la arena, los minerales diminutos, tan fácilmente moldeables. Una tonalidad amarillenta que combina a la perfección con el ocaso del sol, con las nubes melocotón y la elegancia púrpura del éter rosado.
Todos estos matices se intensifican gracias a las sinuosas formas de una ciudad compleja a la par que sencilla y moldeable. Una sucesión de volúmenes que, en definitiva, se adapta al territorio y a la historia de su gente, como intento que lo hagan todas mis creaciones.